La vergüenza es muy parecida al colesterol. Hay una vergüenza buena que viene con la convicción de pecado, llevándote a cambiar y ser mejor persona; y hay otro tipo de vergüenza, la mala, que tapa las arterias espirituales, provoca un infarto al corazón y no te deja acercarte a Dios. Entonces, hay que entrenar nuestros corazones para que aprendan a escuchar la voz del Señor por encima de nuestra vergüenza y de nuestra culpa, ya que en la medida en que logremos reconciliarnos con lo que hemos sido y lo que hemos hecho, podremos crecer y ser libres en el Señor.
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